martes, 21 de febrero de 2017

INMIGRACIÓN




Siempre pensé que vivir en el extranjero sería una experiencia de incalculable valor y de inmensa utilidad para el crecimiento personal, ademas de llena de diversión y de sonrisas, lo sigo creyendo, es solo ahora que me doy cuenta de que esa perspectiva es la de la tibia certeza del regreso a casa, el de salir y en un tiempo conocido volver al país, volver a lo de uno.

Ser un inmigrante, me ha hecho entender esta otra perspectiva, la de quien hace de otra tierra su casa y otras personas sus amigos, la de quien debe trabajar tanto o mas duro que en su país, y la de quien sabe que no va a volver a vivir en su tierra en un tiempo conocido, e incluso, en mi propio caso y dadas las circunstancia del país, sería muy difícil o muy doloroso volver.


Entre el año 1998 y 2016, han salido – para no volver a Venezuela-  casi 2 millones de personas, estamos hablando de cerca del 7% de la población, una verdadera diáspora, una verdadera tragedia de separación y de pérdida generalizada, equivalente a la aterradora realidad de violencia, hambre, enfermedad, ilegalidad, escasez, y angustia permanente que se vive dentro del país.
 
Eso es, 2 millones de personas que no ven a sus seres queridos con frecuencia, que no van a clases a compartir con sus compañeros de siempre sino con otros, varios que dejaron de trabajar en y para el país, cambiaron de vocación, de oficio, de profesión, y ahora trabajan para un interés mas ajeno que nunca, pagadores de impuestos en otras tierras, artistas que se inspiran en otras musas y la comparten en otro idioma, y así, demasiadas personas que ya no están, las empujamos fuera del país, se vieron obligadas a ser otras que ya no conocemos.



Cuando me fui a estudiar a Madrid, lo hice con la doble intención de desarrollarme en un área de conocimiento que me ayudara a despegar profesionalmente, y con el velado deseo de quedarme allá. 

La verdad es que mi inconsciente me saboteo, no quería yo quedarme realmente, siempre guarde en mi corazón el deseo de volver a mi país, a ayudar a construir en mi tierra, como mi padre me enseñó y me repitió tantas veces, y como hizo él. 

A pesar de haber vivido encantado en esa ciudad,  al año, regresé, con mi titulo debajo del brazo a quejarme de mi destino, con una visión completamente romántica de quien añora lo que realmente no quiso tener. En ocasiones es mejor quejarse de lo que no se hizo que haberlo hecho.



Volví a un país roto, y en plena efervescencia de la “segunda oleada” de oposición fuerte que alzaba la voz, volví, y a los pocos días estalló la Huelga General de PDVSA que mantuvo “sitiado” al país por casi 3 meses, sin que el gobierno se tambaleara un poco, al contrario. 

El deterioro fue creciendo ante los ojos impávidos e incrédulos de los venezolanos, quienes aun vivíamos una gran resaca, post Venezuela Saudita.  Vimos Coordinadoras Democráticas, Mesas de Dialogo, elecciones perdidas, referéndas saboteados y destruidos desde el poder, depresión, control de cambios, dirigentes presos, mucho oprobio, en fin el desarrollo en vivo de todos los horrores y errores que nos trajeron hasta aquí.



Conocí en ese tiempo, en mi país,  el amor de mi esposa, y construimos una vida, buena vida, a pesar de la destrucción creciente de todo alrededor, nuestra lucha por tener un hijo se vió coronada, también en mi país, con nuestro niño producto, en todos los sentidos, de todo lo bueno, la ciencia, la tecnología, la preparación que existe en mi país, de todo lo bueno que lucha por sobrevivir en esa Venezuela en proceso de desmontaje.



Durante todo ese tiempo vi irse a mucha gente de mi entorno,  amigos del alma, familiares queridos, conocidos y extraños, cada uno con su historia, cada uno con sus razones, incluso hubo quienes se fueron y volvieron, y también quienes se volvieron a ir.  También vi a muchos quedarse, la mayoría de hecho -a despecho de quienes repiten como un mantra “Todo el mundo se fue”-  quedarse y declarar que su Plan B era el mismo Plan A. 

Si se tratara de barajitas las tendría todas, tantas como despedidas y conversaciones sobe el país puedan haber, y créanme, son muchas, muchísimas.



Hace 2 años me tocó a mi. Me fui de Venezuela, me fui a buscar lo que todos nos merecemos, vivir en paz con mi esposa e hijo a salvo de tanto oprobio y de tanta posibilidad de malestar y desventura, pero lejos de todo lo que me es propio, lejos de lo mío. Hay muchos costos que pagar por irse, la creciente imposibilidad de participar de la solución para el país, la culpa, la velada “echada en cara” de quienes se quedaron sufriendo el país, la soledad, la perdida de nivel de vida.



Somos pues, extranjeros / inmigrantes, Raque, Jacobo y yo, vivimos fuera de nuestro país, no nos quejamos, no creemos tener derecho a ello, somos tremendamente afortunados, y aun así, se nos arruga el alma cuando hablamos de nuestros recuerdos en aquella Caracas y en aquella vida de la cual salimos hace apenas 2 años y de la cual solo quedan vestigios aislados, que sobreviven frágiles entre tanta desgracia.



Hace varios años escribí una entrada en este Blog “El Último que Salga Que Apague la Luz” con ocasión de la partida de unos muy queridos primos y la de mi hermana y sobrinos. Hoy se que no habrá último en salir, no se apagará la luz, esa, iluminará y hará visible la cara de quienes hemos partido, quienes no podemos o no queremos volver, quienes construimos de nuevo la existencia propia lejos, con añoranzas del olor, sabor y color de nuestra tierra, con un recuerdo romántico de Venezuela, uno que visitamos cada vez con menos frecuencia, a favor de lo nuevo, lo ajeno que se hace propio y que nos cambia irreversiblemente.



Eso es la inmigración.




No hay comentarios.: