
Esa sentencia nos persigue, y es equivalente a la tiranía de la supuesta Alegría Perenne ó Buen Humor a Juro de los venezolanos.
Ser un pueblo musical, es como vivir en un concurso de Salsa Casino las 24 horas del día, en el que, en cualquier momento, tendrás que salir a dar tus pasos caribeños al ritmo de la melodía de moda de reggaetón ó salsa erótica.
A mí me encanta la música, y la escucho todo el tiempo en mi carro, en mi casa, y con audífonos en mi aparatico de MP3, con éstos últimos, como bien dice José, se hace uno su propia banda sonora de la vida. Sin embargo lo de la musicalidad de los venezolanos, excede mi capacidad.
Y es que se supone que debes estar feliz las 24 horas del día y listo para bailar y/o escuchar a todo volumen la música de otro. Si no estás dispuesto, está claro, eres un amargado, insoportable…. ¡Chico… alégrate vale, que la vida es una sola, que va…..!
Mientras el resto de la ciudad, a pesar de tener miles de problemas, se las arregla para pasarla feliz en el autobús que pone el merengue en la rayita 20 del volumen, con el bajo distorsionado, y los oídos a reventar, yo sufro y ruego porque le caiga un rayo al aparato de sonido del que sale semejante ruido, ó que terminen de explotar de una vez por todas esas cornetas que vibran aterradoramente.
Y es que estoy rodeado. Cuando subo en el ascensor para la oficina, me acompaña un tipo con unos lentezotes que escucha a más volumen del personal, y sin audífonos, un vallenato muy distorsionado, ninguno de los otros 5 pasajeros del ascensor parece molestarse, yo en cambio, a pesar de inconscientemente llevar el ritmo con mi pié, permanezco tenso esperando la oportunidad de quitarle el aparatejo al tipo, y tirarlo al piso, donde el momento culminante sería el de destruir con el pié el infiernillo ambulante.
Cuando logro montarme en el metro, a la hora pico, en la Estación Parque del Este, con mi cuerpo y cara adheridos a los de otros 200 pasajeros sudorosos, uno de ellos se las ha arreglado para hacernos el viaje mas “placentero” aún, con un Guaco a todo volumen desde un celular Nokia, el tipo canta, y la muchacha a quien mi brazo tapa la cara, mueve alegrísima el pie al ritmo de las gaitas extemporáneas, pero sabrosas al parecer.
El domingo en la cola para lavar el carro, el dueño del Alfa Romeo parado enfrente de mi carro, decide “alegrarnos la espera” abriendo el maletero del carro, del cual emerge una cosa como una mesa, que contiene 4 cornetas, de las cuales fluye un escándalo caribeño que no atino a identificar por lo alto del volumen, alrededor hay quienes han resuelto bailotear, yo estoy aturdido pero la gente alrededor es feliz. No lo entiendo.
Mis vecinos no pueden hacer una reunión en su casa sin que terminen dejándome en vela hasta las 5 am, cuando finalmente se va el último invitado rascado, que canta las canciones de Aditus con el repro a todo volumen. No hay policías, ni cartas de protesta, ni Junta Comunal Socialista, ni absolutamente nada que pueda detener la alegría desbordada y desproporcionada de la celebración y la música hasta el amanecer. Yo no solo no entiendo, sino que lo sufro.
No es obligatorio haber nacido aquí para tener ese espíritu musical, nuestra cosa caliente, alegre y sonora ha logrado acabar con las necesidades de silencio y consideración por los demás de personas extranjeras criadas en el frío mundo desarrollado del norte. Mi cuñado suizo no puede aguantar la tentación de romper la tranquilidad con un escándalo de Olga Tañon, baila enloquecido sin parar como en un loop interminable a todo volumen, él también es feliz y musical ahora.
Es definitivo, Somos un Pueblo Musical, y yo…. bueno yo debo ser un amargado.