
Hace algunas semanas, uno de esos domingos que, finalmente, no tienes una invitación a comer con algún familiar, uno de esos en que decides que ya es hora de quedarte en Caracas y no ir a la playa ni ningún otro lado, y que además amaneces como con ganas de regalarte algo de bienestar, decidimos subir al Ávila.
Esta vez subimos por
La Julia, entrada nueva para mi pues siempre he entrado por
Sabas Nieves, pero como ésa entrada se ha vuelto tan popular, y lo que pulula allí es un desfile de modas de trapos y zapatos deportivos, así como de gente que va a lo mismo que al
Sambil, solo que sudando, nos decantamos por algo mas al estilo de real descanso y desconexión.
Es siempre un placer vincularse con la montaña de Caracas, apenas entras sientes la diferencia, el verdor, que se hace especialmente exhuberante en esta época de lluvias, nos envuelve, los pájaros que vuelan y hacen sus ruidos y cantos nos maravillan, y los ruidos en el monte, de los otros animales rastreros, que se mueven a medida que uno pasa por el camino de tierra, te hacen sentir que la montaña está viva.
Siempre en este punto de la subida al Ávila, recuerdo los avisos de tránsito amarillos de prevención, los cuales cuando era niño advertían con un dibujo del animal saltando, la posibilidad de que un venado brincara sobre tu carro en la Cota Mil. Siempre soñé con que me pasara a mi, pero seguro hace ya mas de 30 años que ningún venado ha tenido la peregrina idea de lanzarse a la ciudad.
Andando, andando y andando, recuerdo aquel día en que Mauricio y su ahora esposa Silvia me invitaron con los Wachis a tomar jugo de mora en Galipán, hacía un calor infernal en Caracas y resolví ir en "shores y chancletas", pasé frío. La subida a Galipán es otra cosa, hay que subir 30 minutos en rústico (SUV), allí el frío me recordó que la montaña tiene la magia de hacer bajar la temperatura del trópico unos 10 grados, e incluso un poco mas. En otras ocasiones Galipán ha servido de sitio para comidas realmente especiales, en lugares desde donde puedes ver el mar Caribe, allaaaaá abajo.
La subida es realmente fuerte,
La Julia no es igual que
Sabas Nieves, quizá deba parar un poco, el corazón se me va a salir del pecho, Raque quedó atrás, me preocupo un poco, recuerdo el día en que subimos por
Los Dos Caminos, José, María Eugenia, El Pollo, Nacho y yo, hasta
La Piedra del Indio, ese día no había desayunado, era medio día y el calor casi me hace desvanecer, cuando coronamos la Piedra, comimos algo de fruta y bebimos agua, la vista desde allí es inigualable, sobre todo después de haberte esforzado tanto.
Es mejor no parar, lo que voy a hacer es bajar el ritmo, sigo caminando, es ya la segunda subida, ¡coño cuando llegaré! Un día subimos hasta
La Cascada de Chacaito Merce, Nenena, José y yo, que frías son esas aguas, pero que divino es mojarte con ropa allí, en esa ocasión aprendimos a gritar cualquier idiotez desde el tope de la montaña, el sonido del eco te da un poder vocal que quisieran muchos cantantes tener.
Cuando a mediados de los 80 reabrieron el teleférico, ese que era rojo, que cargaba 20 personas sentadas y que tenía que parar en la mitad del trayecto, subí varias veces con mis amigos del colegio, era otra Caracas.
Siempre escuche los cuentos de mis padres que, cuando jóvenes, subían a patinar en hielo en la pista que el dictador Perez Jiménez había colocado en el Hotel Humboldt – cerrado desde los años 70-. En los pocos años que funcionó el teleférico, y gracias a las explicaciones de mi cuñado suizo, de apretar fuerte los cordones de los patines en los tobillos, aprendí a patinar en hielo.
El Hotel Humboldt, nunca volvió a funcionar, aún así sus salones se han abierto para algunas fiestas y celebraciones, en diciembre de 2005 estuvimos Raque y yo en una fiesta casi “rave” del grupo
Masseratti 2000 lts., fiesta en la que, entre las nubes que cubrían el hotel, bailamos al ritmo de la música electrónica hasta casi el amanecer.
Uff! Todavía tengo que subir esta última cuesta, ¡es super empinada! El teleférico volvió a abrir hace unos años, con unos carritos renovados y modernos. La vista desde allá arriba es perfecta, el mar Caribe que se confunde con el cielo por un lado y por el otro Caracas en pleno, la ciudad tiene un lejos espectacular.
Me decido a seguir sin parar subiendo esta cuesta larguísima y final, que me llevará hasta la
Estación de Guardaparques La Julia, el esfuerzo es inmenso, pero la satisfacción al llegar no tiene precio, una vez mas estoy en El Ávila, respiro profundo el aire puro de la montaña, ardillas, y guacharacas protagonizan la escena, abajo en Caracas la vida sigue, para mi, por un rato, todo se detiene.