martes, 24 de julio de 2007

EN LA COLA


Amaneció lloviendo, la cola de carros y sus cornetas suenan desde la avenida principal, va a ser un día duro de tráfico.

Desde que salgo de mi casa, a las pocas cuadras me encuentro con la fila de carros que desesperados intentan entrar en la avenida, algunos han resuelto hacer su propia línea para ser los primeros, hay que luchar para llegar y cruzar, todos quieren pasar al mismo tiempo, es una puja a ver quien es mas rápido y mas vivo, pero todos pierden, ¡pasé primero!

Llego al próximo punto de retención, UN SEMAFORO, la cosa es que es peatonal, y todos los conductores han decidido que es inútil, así que pasan atropellando al muchacho, la viejita y el señor del perro, quienes ni se molestan en reclamar, simplemente detienen el paso y se transan, ¡para que amargarse!

A dos cuadras de allí esta el cruce a la próxima avenida, este está gobernado por un semáforo y el mendigo que desde hace 2 años pide allí, hoy es mal día para el mendigo, el semáforo no sirve, ¡que raro, si lo arreglaron anteayer! El caos aquí sobrepasa mis expectativas, y ya estoy sintiendo la presión de la hora, necesito llegar a mi trabajo, no creo que lo logre a tiempo.

Todos, y por todos me refiero a 5 filas compactas de carros, intentan entrar en 2 canales, el embudo sobrepasa mi capacidad y mi paciencia, comienzo a molestarme realmente.

Los autobuses de todas las clases, formas y tamaños, van en zig-zag de un canal a otro de la avenida, el tráfico realmente no avanza, las motos van entre los carros, al lado mío una le reventó el espejo retrovisor al Corsa del señor en traje, la moto sigue como si nada…. El señor ni se molesta en bajarse a ver el daño, otro mas que se transa.

Finalmente logro pasar y llegando al límite de mi paciencia, encuentro a una señora que, igual de apurada que yo y el resto de ciudadanos, se lanza a cruzar los 4 canales de la avenida (2 ida y 2 vuelta) sin importarle que en medio del caos, al que está contribuyendo, podrían atropellarla, nueva retención, decido entonces bajar el vidrio e imprecarle: - ¿Señora, no sabe usted que el paso de peatones está allá? ¿No sabe usted que pueden atropellarla? ¿No sabe usted que debemos cumplir las normas de tránsito? ¿No sabe usted que debemos construir el país? A lo que la señora muy humilde contestó, NO, no sabía, gracias…… cerré el vidrio y seguí…. Por el retrovisor vi como la señora cruzó la otra mitad de la avenida, tuvo que correr, y los carros tuvieron que detenerse, el caos quedó atrás, pero todo siguió adelante como si nada.

EL SEÑOR VIGILANTE


Se ha venido desarrollando en la ciudad una modalidad, práctica por demás, de fiscal de tránsito que va vestido de civil.

Este vigilante de tránsito, al parecer se ha revelado mucho mas práctico que aquellos uniformados en color marrón –tamarindos según el léxico popular de la ciudad- que forman parte del gubernamental Instituto de Tránsito, ese mismo que hace muchos años en vez de entregar licencias de conducir entregaba papelitos rosados que suplían la verdadera, ese que dirige el tormentoso procedimiento para obtener el título de propiedad de tu carro, y el mismo que te da la placa de un Estado distinto a aquel donde el carro va a circular. No es de extrañar el surgimiento del servicio de vigilancia en manos “privadas”.

Pues si amigos, estos señores de civil, son ciudadanos espontáneos que al ver el caos del tránsito en una esquina determinada, toman la ley en su mano, y con un pito en la otra y la voluntad que le falta a las autoridades se lanza al ruedo, día tras día, ad-honorem y expuestos a los rigores del clima y los malos humores de los transeúntes, Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!! –pasa tu. Ahora tu. Tu te quedas allí. Señorita, mami, que bonita, pasa mi amor, tu mejor, tu no, la muchacha del escote. Que pasó panita, dale que aquí la gente está apurada…. Todos, o casi todos obedecen las órdenes del improvisado señor vigilante, ciudadanos sedientos de que se ponga orden.

Así transcurre la tarde de algunas esquinas en el centro de la ciudad, avenidas y calles. Claro, estos amigos que intentan resolver el caos vehicular están un poco mal de la cabeza, y creo que a eso es a lo que le temen las verdaderas autoridades del transito, y es que están convencidos de que hay que estar loco para meterse a dirigir el tránsito en Caracas.

DESNUDARSE EN CARACAS


Hace ya mas de un año, supe de la aventura de desnudarse en el centro de la ciudad para que Tunick, fotógrafo conocido en el mundo por hacer fotos de gente en pelotas en la calle, hiciera las fotos que harían de Caracas, una de las ciudades donde este evento ha ocurrido.

Realmente en su momento pensé en participar, pero el pudor me lo impidió. Según he sabido de quienes si participaron, la experiencia es muy emocionante e intensa.

Al saber de la inauguración en el Museo de Arte Contemporáneo de la exposición de las fotografías logradas, no dudé en ir a ver el resultado, tanta desnudez nacional fotografiada es un poco apabullante al principio, pero casi de inmediato dejas de ver la desnudez y te concentras en las personas, ya dejan de estar desnudas y son solo gente, unos flacos, otros gordos, tetas caídas y tetas pequeñas, negros, blancos, genitales grandes y pequeños, dejan de tener importancia, dejan de ser referentes y se convierten en transparencias.

Creo que lo valioso de esta experiencia, dejando atrás el tema de la moda de Tunick y la cosa de que Caracas en medio de su terrible desorden y destrucción haya logrado colarse entre las ciudades Tunick, es el hecho de re-descubrir que en Caracas viven personas, gente de verdad, fea y bonita, pero bella en tanto y en cuanto son, como yo seres humanos.

jueves, 5 de julio de 2007

PLAYA


Finalmente, lo logré, estoy con mi traje de baño verde metido en el mar, apenas me metí un frío como de 20 grados –lo sé por que lo dice mi reloj que mide la temperatura- casi me convence de que mejor no me meta, es que en esta época del año el Caribe naiguateño es frío aún.

Luego de muchos amagos, y retrocesos me zambullí, la sensación de bienestar no tiene límites, para hacer cesar el frío, nado hasta los límites permitidos a los bañistas, allí sólo en el agua, decido pensar.

Veo hacia los edificios, viejas estructuras modernas de los años 50, evidencia de otros tiempos, con su elegante reloj inservible en el tope, y no puedo menos que recordar la cantidad de años que he disfrutado de este mismo sitio.

De niño con mis hermanas y primos jugué y nadé en estas mismas playas, aprendí a comer empanada de cazón, descubrí el disfrute del mar, el placer de estar en una lancha –siempre de otra gente-, la libertad de velear, el relajante bambonear de las olas, el olor a mar, el calor de la arena en los pies, el sol incandescente que me ha quemado la piel infinidad de veces y que luego de despellejarse, me vuelvo a quemar sin cuidado.

Luego ya no tan niño alguna pequeña borrachera, y algunos besos y caricias en los días en que la adolescencia te empuja. De adulto se ha convertido en el oasis donde siempre puedo llegar para descansar.

Playa Azul ha estado en mis sueños cuando he estado lejos y deseado volver, es el sitio de referencia, ha servido para reflexionar y para dejarse llevar, he visto a mi familia crecer allí y he crecido en mi familia.

Ahora he decidido flotar, y miro el cielo de un azul intenso, sin una nube que me cubra de los rayos del sol, no me puse protector otra vez, debo estar achicharrándome, la sensación absurda de que algo hay debajo de mi en esas aguas, nada profundas y nada oscuras, me obliga a volver a la orilla.

EL VIADUCTO


Ahora si, llegó El Viaducto, se acabaron los días de penuria, se terminó aquel duro peregrinar desde y hasta La Guaira.

Muy contento y emocionado en mi carro con mi Raque, escoltados por los amigos “Pereira” (Cheo, Diana y el pequeño Mateo) nos dispusimos a transitar por esa obra que se ha prometido majestuosa.Al pasar encima de él, no sentimos mucho, realmente no es majestuoso, es apenas útil, “ya se ve como usado” advirtió Diana, sin embargo entre los dos carros nos hicimos señas de satisfacción -¡Viva el Comandante! Se me escapa en la mente, me arrepiento inmediatamente.

Hace 20 años se pasaba por un puente que ya estaba sentenciado a morir, hace algo mas de un año ese puente murió, se desvaneció y con él la tranquilidad de hasta aquellas personas que nunca bajan a la Guaira. Es evidente que la sensación de incomunicación es aterradora, alguien ha debido prever esto en estos 20 años, o al menos en estos últimos 8.

Son innumerables los cuentos y nuevas leyendas urbanas generadas de las experiencias de algunos que, aún hoy, insisten en cruzar el Ávila en carro rústico para ir de Caracas a la Guaira y viceversa, de aquellos que se pegaban la cola de la trocha, y de aquellos que se aventuraban en el peligro de la carretera vieja Caracas-La Guaira.

Los asaltos mantuvieron la mesa servida de algunos hogares pobres, la dificultad y tiempo del viaje hasta La Guaira, mantuvieron los bolsillos de los chóferes llenos, las previsiones para llegar al aeropuerto ó para evitar hacer mas cola de la necesaria, mantuvieron las mentes muy ocupadas. Eso terminó, ahora toca ver la realidad de una autopista libre y las colas interminables en las ciudades que comunica, no habrá viaducto que resuelva eso, pero no importa.

Tenemos viaducto señores, aunque no tengamos muchas otras cosas.